viernes, 9 de mayo de 2014

Tipos de personas

Parece gracioso que uno se preocupe por estas cosas... pero realmente cuando te pones a pensar que tipo de persona soy, cuál es la respuesta que te das?
A mi se me hace un vacío en el estómago...
Esto soy realmente?
No puedo decir nada mejor?

Se dice que hay tres tipos de personas:
Los que se arriesgan.
Los que se cuidan.
Los que dicen "no puedo"

Yo ya se a que tipo pertenezco, lo sabrán los demás?


sábado, 8 de febrero de 2014

"El Reloj" de Margarita Bunge

En la penumbra del dormitorio de oscuros muebles y damascos rojos brillaba excesivamente blanca la esfera del antiguo reloj de mesa.
La señora de Álvarez sintió que le flaqueaban las piernas, y tuvo necesidad de sentarse.
Ella no lo había notado hasta entonces. El reloj de la blanca esfera de porcelana estaba parado en las tres y media, la hora exacta en que había muerto su marido la semana anterior.
Agobiada por el luto, el cambio de vida, el ir y venir de gentes que no recordaba una vez idas, no se había aventurado aún a la habitación de su marido.
Ahora estaba allí, casi a oscuras, sin poder apartar la vista de la esfera blanca del reloj.
Las tres y media exactamente...
Sintió miedo; y aunque no dudara ni por un instante de que era cierto y no una alucinación, se sintió atraída, con el poder de atracción que tiene el horror, y se acercó a mirarlo temblando.
Ése era el reloj que un mes antes había comprado el señor Álvarez, en un cambalache de la calle Rodríguez Peña, cuyo dueño se llamaba a sí mismo "el anticuario".
El reloj no carecía de valor: era gracioso y armónico e indiscutiblemente muy antiguo. De líneas rectangulares, formado por una caja de cristales biselados que permitían ver la máquina interior, tenía los cantos de bronce y la esfera de porcelana blanca.
La señora de Álvarez no le había prestado atención cuando su marido lo trajo.
El pobre hombre vivía haciendo "hallazgos" en materia de relojes, de los que tenía una regular y apreciable colección.
Pero ahora sentía horror por este reloj diabólico que había venido a su casa a marcar una hora en la que se había detenido, detenido al mismo tiempo que la vida más querida.
Ella siempre había sentido recelo de tantos relojes. No quería ni verlos. Y ahora comprendía por qué.
Los relojes marcan las horas. Y la hora de la muerte también.

Oyó que golpeaban las manos en el oscuro zaguán lleno de plantas que merecían ser artificiales. La puerta estaba entornada desde que murió el señor Álvarez, y los timbres habían enmudecido.
Una vieja mucama golpeó con los nudillos en la persiana de madera.
-Señora, vienen de parte del anticuario. Quieren hablar con usted.
-Bien, dile que pase a la salita.
Y se encaminó llena de curiosidad al encuentro del enviado del anticuario. No le cabía la menor duda de que esta visita se relacionaba con el reloj.
-Sí, señora. El señor Álvarez dejó esta dirección cuando se llevó el reloj, pues dijo que lo tomaba a prueba, que no sabía si se quedaría con él. Y como ya ha pasado un mes, quería preguntarle qué decidía.
-Un momento -dijo la señora de Álvarez y se precipitó hacia las habitaciones interiores.
Llegó al cuarto de su marido, tomó el reloj de la caja de cristal y la esfera de porcelana, y volvió con él a la salita.
-¿Es éste? -preguntó al hombre.
-Sí señora, el mismo. Es una hermosa pieza de colección -comenzó a explicar el hombre, con las palabras habituales en esta clase de mercachifles.
Pero la señora lo interrumpió de plano, y alargándole en reloj le dijo: 
-Lléveselo. No lo quiero. Ya marcó la hora.
Y con los ojos desorbitados, se quedó mirando a lo lejos con extraña expresión de enajenada, dejando perplejo e indeciso al hombre.
La vieja mucama empujó suavemente al empleado del anticuario, y le dijo:
-No moleste a la señora. Déjela tranquila. Ha perdido a su esposo hace hoy justo una semana.

El anticuario de la calle Rodríguez Peña acumulaba en su sótano cada día más cachivaches y más tierra.
El reloj de cristal había vuelto a su estantería, en compañía de otros relojes de porcelana, de peltre, de bronce, y de lo que uno quisiera encontrar.
Al abrir la puerta del negocio se oían unos hermosos sonidos como de xilofón o campanas. Se bajaba una escalera precaria y empinada, y se llegaba al antro del polvo y de la vejez.
Porque el anticuario era muy viejo él también. Permanecía sentado en un sitial de rectoría con una luz que se proyectaba detrás de él, dejando su cara a oscuras y encandilando al desprevenido cliente.
El viejo, sin necesidad de moverse de su sitio, sabía dónde estaba cada cosa, y cada cosa que tenía, sin equivocarse jamás.
Su memoria era prodigiosa.
Pero era sucio y repelente como una rata apestada.
Sin embargo, todos lo conocían y todos hablaban del anticuario y de su cosecha. Los rematadores acudían a él en busca de detalles que añadir a las casas que remataban con grandes carteleras y catálogos impresos, donde se hablaba de las colecciones de los duques de tal y los señores de cual.

El reloj mira desde la repisa de mármol blanco donde lo han colocado, deslumbrantes sus bronces y cristales. Detrás de él, un enorme espejo refleja la habitación atestada de gente.
El rematador, haciendo alarde de elocuencia y poder de convicción, encomia los valores de los apliques de la casa Venier de París, los tapices persas de gran antigüedad, la rareza de la garniture de bleu de chine y bronce de la época Ming, cosas que la gente allí reunida se disputa en un torneo de mundanidad e inconsistencia.
El reloj mira todas las caras y elige.
Pero la gente cree que es ella la que elige.
Los remates tienen algo de mágicos. Allí imperan el factor suerte, la fatalidad, el destino...
Es el reloj quien decidirá.
Y sigue la subasta.
Es extraño: sólo han quedado dos contrincantes por el reloj. Uno es un señor de pelo blanco, que apoyaba sus dos manos enguantadas en el puño de un bastón de caña de la India, y la otra es una bellísima señora joven de extraña serenidad, que revela más terquedad y capricho que verdadero interés por el reloj.
Es que ella es la elegida. Por eso cree que desea el reloj y lucha por él.
El reloj sube de precio: ya es excesivo, desproporcionado.
El señor de edad se siente galante o tal vez incómodo, y renuncia al reloj con un gesto de cansancio y displicencia.
-Señora, está por usted -dice el rematador, y baja el martillo.
Un ligero estremecimiento de alivio cunde por la sala.
Y a otra cosa. Pasado el momento de tensión el rematador prosigue con mayor animación.
El reloj sonríe en la repisa de mármol. Su nueva víctima está elegida.
La señora que parecía haber venido sólo por el reloj, firmó la boleta y se fue.
El señor del bastón la siguió nostálgico con la mirada. Le recordaba a alguien.
Quiso seguirla, pero se le perdió entre el gentío.
Salió a la calle. Vio salir un coche de la fila de estacionamiento.
Pensó que sin duda sería la pálida señora, y se lamentó de que manejara tan mal.

A los quince días de efectuado el remate, el reloj de cristal y bronce seguía en la repisa de la chimenea de mármol.
El señor del bastón había rondado en vano la casa del remate en la esperanza de ver llegar a su contrincante en la subasta. Varias veces tomó el reloj en sus manos. Lo miró y trató de ubicarlo junto a la pálida señora que le recordaba a alguien.
El rematador le propuso llevárselo si lo quería, pues no habían venido a retirarlo. El señor del bastón pidió la boleta y leyó el nombre y dirección: Sra. de Walthers. Malabia 3001.
Compró la boleta, pagó el reloj y se encaminó a la dirección que había leído, en la esperanza de encontrar a la pálida señora que le recordaba a alguien.
La casa, grande y triste, estaba en un barrio apartado, rodeada de un jardín sombrío y viejos árboles.
Un perro ladró al trasponer él el corto espacio que mediaba entre la verja y la puerta de entrada.
Un mucamo lo hizo pasar.
-¿Qué deseaba el señor?
El señor estaba absorto en la contemplación de un cuadro magnífico que representaba a la pálida señora. Marco de oro ovalado, colores suaves de pastel y la inconfundible y lejana serenidad que había observado antes en su rostro.
-¿Señor? -musitó el mucamo.
-¡Ah! Si. ¿Está la señora?
-¿La señora? -dijo el hombre mirando al cuadro-. Señor, la señora falleció hace quince años. ¿Usted querrá ver a su hija, la señorita Ofelia?
-¿Ofelia? -repitió el señor, que parecía haber sido presa de una revelación-. No... no... Venía por un reloj. Bueno, debo de haberme equivocado de dirección. Perdone.
Y se precipitó al hall, seguido del viejo que le alcanzaba los guantes, el sombrero, el bastón, y se quedaba medio azorado de tan extraña visita.

¡Ofelia! ¿Cómo no te reconocí! ¡Estabas cambiada! ¡Fue tan breve nuestro encuentro y tan extraño! ¡Pero yo tenía que volver a verte, Ofelia querida... y ya no estás!
"¿No sería su hija? ¿Y por qué no?" pensó.
"Ha pasado tanto tiempo...", y los vapores del whisky lo confundían.
Estaba borracho, completamente borracho.
"El alcohol te va a matar", le decían. Pero él tenía que olvidar a Ofelia.
Medio adormilado en su sillón de solterón, con el vaso de whisky en la mano y la cabeza blanca caída sobre el pecho yacía el señor del bastón, solo con sus recuerdos.
El tictac del reloj era lo único que se oía insistente y monótono.
El reloj... Se sobresaltó, lo miró...
Allí estaba, impávido, blanco, frío, de cristal y bronce, implacable, marcando las horas, los minutos, el tiempo.
El reloj...¡Ella se lo había dejado!... Tal vez era una manera de decirle que lo perdonaba... que lo llamaba... que volviera con ella...
-¡Ofelia! ¡Querida! -sollozó, y trató de levantarse sin saber a impulsos de qué ni para qué. Se le cayó el vaso sobre la alfombra. Se apoyó en la chimenea y se miró al espejo. Su imagen era borrosa, confusa. Un viejo feo y macabro que él no reconocía.
El tictac del reloj se oía insistente, se agrandaba, invadía todo el cuarto, le martillaba las sienes.
Exasperado lo tomó en la mano y lo tiró violentamente.
El esfuerzo le hizo dar una vuelta sobre sí mismo y cayó al suelo.
El reloj había chocado contra el cortinado de la ventana y resbalado blandamente sobre él hasta el piso. No se rompió por milagro, pero cesó de oírse su tictac.

La policía de investigaciones, el médico y el valet del niño Justo coincidieron en que lo había matado la bebida.
Cuando redactaron el acta, el médico declaró que el fallecimiento había tenido lugar alrededor de las tres y media.
El valet recogió del suelo un reloj que no conocía. Un reloj de cristal y bronce, detenido en las tres y media.
¿Y de donde vino este reloj?
¿Quién lo había traído? ¿Por qué estaba en el suelo y marcaba las tres y media?
Los relojes marcan las horas -todas las horas- y la hora de la muerte también.

martes, 19 de noviembre de 2013

Decir lo que se siente

Que placentero es decir lo que se siente realmente.
Dejar de pensar en qué es lo correcto, lo ideal, lo conveniente... y simplemente expresarse.
Cuando te lastiman con la ignorancia de tu propia existencia, cuando das y das esperando recibir afecto, y lo único que se obtiene son más demandas...
Entregamos parte de nuestra existencia a satisfacer demandas ajenas, que no nos satisfacen, ni enorgullecen, ni engrandecen o simplemente alegran; todo por otros.
Dejamos de ser nosotros para pasar a ser, qué?
Un objeto, una máquina expendedora de servicios?
Cuando ya no hay más para dar y nos flagelamos por un sentimiento estúpido de culpa por no poder cumplir los deseos ajenos, quienes somos en realidad?
Y cuando expresamos nuestras necesidades... Quién nos escucha?
Dar por dar, porque se considera correcto, destruyendo nuestra esencia. Eso no puede estar bien.
Ayer expresé lo que realmente sentía, y hoy soy libre. Del qué dirán... me encargaré en su momento.
AHORA tengo alas, puedo mirarme a la cara y saber que soy YO.
Tengo mis defectos, pero son míos; no debo cargar con culpas ajenas.
Soy feliz? No lo se.
Son felices los demás? No lo se.
Estoy viva? Definitivamente no, sólo existo.
Podré vivir algún día? Salir de la imagen en la que estoy prisionera y simplemente vivir!!!!


martes, 15 de octubre de 2013

El Baño Turco. Parte 3.

Volviendo al contenedor de la obra, circular, hace una distinción con las otras obras del mismo autor. Esta es la única obra con bastidor redondo que realizó, aunque en un primer momento fuera pensada para ser realizada rectangularmente, la adaptación enriqueció las figuras, dándoles a las curvas de los cuerpos, un complemento perfecto al momento de observarla. Además, el modo de la composición hace sentir al interpretante como un voyeur, que se inmiscuye en un acto tan particular como es el baño de un grupo de mujeres. No hay que olvidar que a pesar de los avances de la época, el pudor presente en esa sociedad era marcado y no estaba bien visto que damas posaran desnudas ante ningún artista.
Debido a que ninguna mirada de los personajes se cruza con la del sujeto que interpreta la obra, este no puede sentirse incluido en la escena. Sólo hay una odalisca que dirige su mirada hacia fuera del límite de la misma, ¿quizás buscando algo o a alguien que allí no se encuentra presente pero que el artista sabe que debería estar?


Ingres - Detalle de bañista de El Baño Turco
Por otro lado, si pensamos en el significado del círculo para la psicología, se puede ver también aquí su relación, puesto que el círculo expresa la totalidad, señala el complemento definitivo. Aún cuando en el momento en que el autor realizaba la obra dichos conocimientos no estuvieran siquiera desarrollados, el ser humano ha utilizado símbolos desde la época en que pintaba sobre las paredes de las cuevas, sin que por ello se pueda negar el valor de lo que expresaban. La totalidad en este sentido, tiene según mi punto de vista una relación directa con el tema elegido del harén y del baño, recurrente en los artistas románticos (aunque el autor no pueda ser considerado ni un clasicista ni un romántico sino una mezcla de ambos, a pesar de haber estudiado con David). 
El argumento exótico induce a una erótica desinhibida, donde la voluptuosidad de los cuerpos demuestra todo su potencial erótico pasional. Pero teniendo en cuenta que las mujeres de harén no eran libres y que su mundo estaba marcado por los límites interiores del harén, igual al gineceo griego; teniendo por la totalidad de su mundo el espacio circundante y las personas que con ellas conviven.
Al realizar esta descripción de la obra, se puede llegar a conseguir un nivel adecuado de percepción, otorgándole un anclaje al observador para que realice la significación de la misma según su propia ideología.
Este artista plasmó ciertas "fallas" al momento de realizar una mímesis del cuerpo femenino, error repetido en todas las obras relacionadas con las bañistas. Las incongruencias físicas a las que hago referencia, se observan en la carencia de huesos marcados así como en la anatomía desproporcionada de la bañista que se encuentra ubicada casi en el centro de la imagen y que es sobre la cual recae en un primer momento la mirada, es fácil de descubrir, si tratamos de fragmentarla, que el hombro derecho es demasiado caído; la parte inferior de la espalda demasiado larga, y las caderas planas o inexistentes.


Ingres - Detalle de El Baño Turco
A pesar de todo ello, se desprende una imagen de sensaciones calmas y de una serena belleza, que la calidez de los colores y los contornos limpios y armoniosos colaboran a realzar.
Paolo Fabbri en El Giro Semiótico expresa que en la actualidad, para muchos semiólogos, una de las maneras de concebir la imagen es el modelo poético que había propuesto Jakobson, pues no les importa si las imágenes se pueden descomponer, sino que las puedan tratar como una linealización de la codificación. La imagen así concebida es de alguna manera poética pues "...se comporta igual que la poesía: por un lado linealiza, plantea un orden de sucesiones, pero al mismo tiempo mantiene la simultaneidad, es decir, la presencia contemporánea de elementos distintos.". En cambio, Barthes considera la poética como la "...capacidad simbólica de una forma; esta capacidad no tiene valor más que en la medida en que permite a la forma partir en distintas direcciones y manifestar así, el alcance infinito del símbolo."
Si tenemos en cuenta esta concepción, podemos ver que el exotismo de la obra y el erotismo presente en la misma, pueden ser expresadas en las palabras de Octavio Paz en La Llama Doble. Amor y Erotismo, quien esboza que "...la poesía traza un puente entre el ver y el creer. Por ese puente la imaginación cobra cuerpo y los cuerpos se vuelven imágenes."
Imágenes eróticas que son la esencia de la obra, creada para ser vista pero juzgada por quienes lo hacían. Aún en este período histórico, el artista tuvo que recurrir a una máscara para que no se sancionara su modo de representar las figuras, aplicando el velo de otra cultura, haciendo referencia a la otredad, para poder presentar desnudos femeninos (así como otros recurrieron a la representación de divinidades griegas o romanas).
Hay, según Octavio Paz "...afinidades entre erotismo y poesía: el primero es una metáfora de la sexualidad, la segunda una erotización del lenguaje.". La obra aquí analizada es, a su vez, afín con el erotismo y con la poesía; una imagen erótica y un deseo de expresión de los sentimientos y necesidades.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El Baño Turco. Parte 2.

En la obra seleccionada, se puede apreciar el idiolecto (conjunto de connotaciones típicas de los textos de un actor individual o de la actividad productora y/o lectora de las significaciones propias de un actor individual)tan particular que desarrolló Ingres a lo largo de toda su obra, tanto en el dibujo como elemento básico de la forma; como en el color al que, a pesar de considerar secundario, nunca olvidó y aplicó con maestría a sus modelados por degradación de tonos de luces y sombras.
Sin embargo y recurriendo nuevamente a Barthes para expresarlo, "...es imposible (...) que la palabra duplique a la imagen; ya que, al pasar de una estructura a otra, aparece fatalmente una elaboración de significados segundos." Habiendo hecho esta aclaración, comenzaré haciendo una "descripción ingenua", como la llama Calabrese, de la obra.


Ingres - El Baño Turco
Es un lienzo circular de 108 cm. de diámetro en el cual se aprecia una sala de baño, con paredes lisas, salvo por dos hornacinas; en una de ellas hay un gran jarrón, el cual, al parecer por el brillo que manifiesta, sería de porcelana; en la otra y con mayor dificultad se puede ver una especie de lámpara con pantalla. En dicho espacio se hallan los cuerpos femeninos desnudos distribuidos en grupos y en distintas posiciones.


Ingres - Detalle de las hornacinas de El Baño Turco
Si alguna de las mujeres representadas, tiene una mayor posición social que otra, no se puede saber a simple vista puesto que no llevan ropas que las distingan y las joyas que poseen no son demasiado llamativas.
La pose de los personajes, nos connota cierta libertad o falta de pudor, el abandono con que muestran su cuerpo desnudo podría referirnos la costumbre de estas bañistas de ser observadas por otros sin que a ellas les moleste.


Ingres - Detalle de El Baño Turco
Sobre el piso blanco, posiblemente mármol, hay extendidas alfombras, que constituyen uno de los pocos toques de color contrastante de todo el conjunto, que por lo demás podría llegar a considerarse casi una obra monocroma.
En un primer plano de la escena del cuadro ("plano del enunciado" explica Calabrese) se observa un bodegón perfectamente representado, constituido por una mesa pequeña en la que hay una tetera plateada, una jarra de porcelana, una taza y otros pequeños utensillos de porcelana pintada. Estos objetos son, como diría Barthes "...inductores habituales de asociaciones de ideas (...) o bien, de un modo más misterioso, auténticos símbolos...", podríamos tomar el juego de té como una información al lugar geográfico al que se refiere la obra, pues los rasgos de las mujeres representadas son absolutamente occidentales, y el color nacarado de sus cuerpos no hace ninguna referencia a otras latitudes.


Ingres - Detalle de bodegón en El Baño Turco

Es una obra realista, donde los detalles de cada objeto (signo) aparecen con una marcada claridad permitiendo su lectura, la cual no sería posible si el interpretante no estuviera en poder de una reserva de signos (un código al cual remitirse).

jueves, 3 de octubre de 2013

Aristóteles y la realidad palpable.

Aristóteles fue discípulo de Platón, quien lo llegó a considerar "la inteligencia de la Academia"; luego de la muerte del maestro, Aristóteles contrapuso toda su teoría con la que había aprendido y volvió a unir los mundos separados por Platón.
La gran propuesta que realizó Aristóteles fue dejar de huir de la realidad y en cambio controlarla. De Sica en Ladrones de bicicletas, no mejora ni embellece la obra, sino que plantea una situación casi real que se estaba viviendo en Italia luego de la 2º Guerra Mundial.
Para que el impacto fuera mayor (la situación registrada de la manera más verosímil), no utilizó actores profesionales sino simplemente obreros o sujetos desempleados, los cuales abundaban, como se ve en el film. Los tiempos utilizados son otros y las tomas mucho más largas de lo que es actualmente "natural" (acostumbrados muchos de los televidentes al ritmo que imponen las películas estadounidenses). La velocidad de los sucesos es diferente, propia del neo-realismo que estaba en su esplendor en Italia, así como las reacciones generales.
Cada secuencia, cada parte de la película intentó reflejar la "realidad" (lo que sucedía en ese momento en Italia, en el caso de la película, o lo que sucede ante una cámara en cualquier parte del mundo), aunque si hay que ser sinceros, ninguna "realidad" puede ser tomada por una cámara en su totalidad, puesto que si bien lo que filma una cámara es "real", sólo es una fracción del total. Desde el momento en que se selecciona, se prepara y se decide, un film por muy realista que halla sido concebido, deja de ser una representación de  la realidad para pasar a ser parte de la visión particular y subjetiva del director.
No nos engañemos a nosotros mismos pensando que lo que vemos en una pantalla es la realidad pura, sino simplemente lo que alguien decide que es conveniente que creamos como real. La concepción aristotélica de la realidad, fue pensada por el filósofo para que fuera vivida por cada sujeto, no para que se la enseñaran otros.
Desde el momento en que existen la edición, los arreglos, las luces y hasta el mismo director, es que sabemos que no podemos estar ante la "realidad". El cine en definitiva, podríamos llegar a la conclusión de que muestra una "realidad" alterna a la que cada una de las personas vive diariamente. Podemos creerlo, nadie nos lo impide, cuando entramos a un cine o alquilamos una película, decidimos creer por cierta cantidad de minutos que el mundo que estamos viendo es "real", plausible y realizable; pero cuando vemos los títulos, sabemos que ese paréntesis a la vida que habíamos abierto debe ser cerrado y nosotros comprendemos que la "realidad" está fuera de esa sala, esperándonos para que la vivamos y no para que nos sea contada.
En el texto "Aristóteles y los ladrones de bicicletas" del libro 100 años de Filosofía. Una introducción a la filosofía a través del análisis de películas de Julio Cabrera, se afirma que al filósofo le hubiese gustado mucho el cine, puede que esta aseveración sea bastante inexacta en ciertos sentidos, pues el mismo Aristóteles sostenía que para pensar hay que poder estar ocioso, ¿habría utilizado su momento de ocio para ir a ver una película?, espero que no demasiadas, pues de ser así se habría perdido la humanidad más de un texto inmortal.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Ingres y El Baño Turco. Parte 1.

Analizar una obra de arte no es simplemente describir los métodos que se utilizaron para crearla y hacer un breve resumen de las imágenes que en ella se observan. Además Omar Calabrese en Cómo se lee una Obra de Arte explica "...un texto no consiste simplemente en un efecto de sentido global o en la suma de los efectos de sentido locales que produce, sino que está construido según una máquina que regula en un nivel más profundo la arquitectura interna."
Roland Barthes en Lo Obvio y lo Obtuso sostiene que siempre hay una reducción al pasar del objeto a su imagen, reducción "...de proporción, de perspectiva y de color.", aclara que tanto en dibujo como la pintura, despliegan "...además del propio contenido analógico (...) un mensaje suplementario al que conocemos como estilo de la reproducción." Aclarando además que se entiende por estilo a "...un sentido secundario cuyo significado, estético o ideológico, remite a determinada cultura de la sociedad que recibe el mensaje."


Ingres - El Baño Turco

Mi intención es realizar un pequeño análisis de la obra de Jean-Auguste Dominique Ingres El Baño Turco de 1863, en la cual ejecuta una intertextualidad con otras obras de su propia autoría construidas décadas antes como son La Bañista de Valpinçon de 1808 y La Gran Odalisca de 1814, constituyendo por tal motivo una secuencia de imágenes ("encadenamiento suprasegmental" diría Barthes), así como un resumen de su trayectoria artística. 


Ingres - La Gran Odalisca

Para ejecutar esta obra, el artista se basó en los escritos de Madame Montague, esposa del embajador inglés en Constantinopla. El interés del pintor por el mundo oriental, y que lo llevó a estudiar tapices, objetos de alfarería y mosaicos; se ve plasmado en sus obras de las odaliscas, tanto en la arquitectura como en los objetos presentes en las mismas.
Para hacer una breve síntesis del momento histórico en que se llevó a cabo esta obra, basta con recordar que los grandes descubrimientos arqueológicos producidos durante el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, impulsaron un nuevo modelo estético basado en la Antigüedad greco-romana. En las obras de este período se pueden apreciar la claridad, dignidad y grandeza de la figura idealizada. Otro punto a tener en cuenta es la Revolución Industrial, que comenzó a destruir las tradiciones. Es también el período de la actividad constructora ilimitada pero sin un estilo propio, por lo que se aplicaba el estilo arquitectónico que pareciera más conveniente según el tipo de construcción que se tratase.
El dinero burgués fluía, pero sin una dirección marcada. Los artistas podían trabajar más o menos de acuerdo con las líneas pre-establecidas; por este motivo, las relaciones entre el artista y su cliente, se tornaron tirantes. Habiendo una contradicción marcada entre lo que se esperaba que fuera un artista y lo que se esperaba conseguir al encargarle una obra. Por un lado, el artista sólo debía perseguir la satisfacción de su conciencia artística; por el otro, el comprador esperaba encontrar plasmado un reflejo de su deseo.
Volviendo a la obra en sí, se puede retomar con una idea que sostiene Omar Calabrese en su libro Cómo se lee una Obra de Arte, en el cual hace una distinción entre "...el discurso dirigido a la descripción, interpretación y valoración de las obras artísticas por parte del sujeto-intérprete y el discurso sobre los discursos sobre el arte, entendidos sobre todo como fuentes y materiales útiles para la ubicación histórica de las propias obras."; la intención del presente escrito tiene una marcada relación con el primero de los tipos de discurso enunciados.
Comparto con Calabrese su afirmación de que "...la lectura sistemática de un fenómeno no agota la descripción, interpretación y explicación de ese fenómeno; siempre quedará un resto fuera del sistema.". Barthes, por su parte sostiene que "...describir consiste precisamente en añadir al mensaje denotado un sustituto o segundo mensaje, extraído de un código que es la lengua y que, a poco cuidado que uno se tome en ser exacto, constituye fatalmente una connotación respecto al mensaje analógico..."